Cuando Kees Moe-liker leyó un artículo científico que alertaba de la  inminente extinción de la especie, sin dudarlo puso manos a la obra.  Como conservador del Museo de Historia Natural de Ro-tterdam, no estaba  en su mano rescatar a aquellos animales de su trágico destino, pero sí  conseguir algún ejemplar para el museo que diera testimonio a la  posteridad de la existencia de aquellas criaturas. Su llamamiento,  entonces divulgado por varios medios de comunicación, era a la par firme  y angustioso: "Se buscan donantes de ladillas. Se garantiza el  anonimato".
Lo inusual de la convocatoria encaja con el personaje. Moeliker fue un orgulloso ganador del Premio IgNobel en 2003  por describir el primer caso de necrofilia homosexual en patos, materia  sobre la que ha publicado un libro y que le ha aupado a dirigir la  sección europea de Improbable Research, entidad que concede anualmente  estos anti-Nobel a la ciencia más estrafalaria.
Todo ello no impidió que la súplica de Moeliker encontrara eco, en forma de seis ejemplares de piojo púbico humano (Phthirus pubis)  donados al museo. A un espécimen fresco conservado en alcohol, se unían  cinco verdaderas joyas, ladillas secas enviadas por un anciano de 80  años que las había obtenido en 1949 de una amiga suya que ejercía como  enfermera en una institución mental holandesa.
Como un niño con  zapatos nuevos, Moeliker estaba tan satisfecho con sus nuevas  adquisiciones que de inmediato les abrió un hueco en las vitrinas del  museo. Pero la respuesta popular no se detuvo ahí; en febrero de este  año, el científico ya había logrado acrecentar su flamante colección a  un total de 25 ejemplares. Pero ¿estaba realmente justificado el temor  de Moeliker a padecer por toda la eternidad la tristeza de ese hueco en  su colección de entomología?
El artículo que inspiró la campaña de Moeliker apareció en 2006 en la revista Sexually Transmitted Infections,  donde Nicola Armstrong y Janet Wilson, del Hospital General de Leeds  (Reino Unido), titulaban su informe con un interrogante abierto a  debate: "¿Mató la depilación brasileña a la ladilla?"  La incógnita se despejaba en el texto del estudio: la respuesta era  afirmativa. La expansión del rasurado púbico había coincidido, explicaba  el artículo, con un desplome "dramático" de la ladilla.
Si los  peores presagios se cumplen, cera y cuchilla habrán segado para siempre  una picante convivencia, la del humano y su ladilla, que ha durado más  de tres millones de años. Según la genética, tal ha sido el recorrido  evolutivo de este insecto desde que separó su camino del que hoy es su  primo más hermano, Phthirus gorillae, parásito del gorila.
¿Cómo es que la ladilla humana y el piojo del gorila son hijos del mismo ancestro?  Dado que ambas especies de primates partieron sus destinos hace siete  millones de años, la conclusión no es que la divergencia de los  parásitos acompañara a la de sus anfitriones; la inquietante verdad es  que los humanos adquirieron sus ladillas fruto de algún contacto  propicio con gorilas.
Cuando estos resultados se publicaron hace  dos años, el taxónomo del Museo de Historia Natural de Londres, Vincent  Smith, planteó la cuestión sobre "qué estaban haciendo nuestros  ancestros homínidos en tan cercana compañía como para compartir las  ladillas del otro". El director del estudio, David Reed, de la  Universidad de Florida, se apresuró a explicar que no es lo que parece:  probablemente los humanos dormían en nidos de gorilas abandonados.
Pero, si tanto gorilas como chimpancés mantienen una única especie de piojo, ¿qué privilegia a los humanos con dos?  Una posible respuesta la ofrecía en un reciente artículo el experto en  infecciones Robin Weiss, del University College London. Su hipótesis: el  humano es el único mono con vello púbico y este surgió con función  sexual odorífera para compensar la pérdida del pelaje corporal. Así, dos  hábitats cabeza ypubis, dos especies, separadas por un infranqueable  desierto desnudo. ¿Pruebas? Aún pendientes; en su artículo, Weiss  confiesa que el eureka no le sobrevino en el laboratorio, sino en la  ducha.
extraido de público.es